"La adoración, verdaderamente, nos “centra” en Dios. Estar en adoración ante el Señor es centrar
nuestra vida personal en Cristo. Leyendo el evangelio de san Juan, caemos
en la cuenta de la importancia de aquellas palabras, que Jesús repetía con frecuencia: “permaneced en mi amor”, “si no permanecéis en mi seréis como sarmientos sin fruto”. Pues bien,
adorar es un modo sublime de permanecer en el amor del Señor y, por eso precisamente, la adoración hace fecunda nuestra vida.
Este “centrarse en Dios” le hacía exclamar al santo Hermano Rafael aquellas palabras: ¡Sólo Dios, sólo Dios…! Y a la sierva de Dios, Madre Teresa de Jesús Ortega: “Grita con
una fuerza que rompe silenciosamente las membranas del alma…Dios, Dios, Dios…y repitiendo este nombre, el alma gasta todas las energías y ya no le queda más que decir Dios, Dios,
Dios..."
P. Ernesto Postigo Pérez S.J